lunes, 8 de julio de 2013

JULIO


HASTA SIEMPRE, AMANTE AMIGA…
Llegaste a mi vida una tarde con la lluvia al inicio del estío. Reconozco que no te conocía, aunque a veces imaginaba que te había visto desde siempre. En aquel entonces, mis cansinos pasos devoraban las húmedas veredas de la sexta avenida. Te apoderaste de mis solitarios pensamientos, ni siquiera las calles repletas y sus laberintos fueron suficientes para retirarte de mis reflexiones. Anduve un par de horas impregnándome de olores, del aire denso, escuchando voces engarzadas, como anillos invisibles que cubrían cada espacio de una gran porción de esta gran manzana. Mis transpiraciones bañaban escandalosamente mi frente, en ese preciso momento, te vi. Te vi inmóvil, cuasi perfecta, absolutamente bella. Ataviada totalmente de negro, resplandecías como el sol del verano en plenitud. Cierta osadía desconocida afloro de mí, y breves instantes de diligencias me permitieron percibir que estabas complacida. Aceptaste mis brazos ansiosos de estrecharte, y silenciosa te dejaste llevar, bajamos presurosos al subterráneo esperando el tren N rumbo a nuestro paraíso de Astoria - Queens. La habitación nos brindó una ardiente bienvenida y la cortina roja fue una combinación perfecta con tu vestimenta. Afuera, aún se sentía el llanto de la lluvia sobre nuestro pequeño jardín y se escuchaba el eco de los tiempos agrandando las ondas de las primeras horas de la noche...nuestra primera noche.


Decidí guardar en mi retina el fulgor de ese momento y mi viejo reloj destilaba silencioso los hitos de las mejores horas, daba las siete, las ocho, las nueve, y la ignición del deseo en la penumbra de la habitación. Mis manos recorrieron toda tu superficie. Me dejaba arrastrar por tu suavidad, te exploraba toda tú con mi fuerza, con mi aliento.