A MI
QUERIDO VIEJO, MI AMIGO
HASTA
SIEMPRE…
Sabias las
palabras de José Saramago, “Un bien, Aunque este enterrado, no se pierde”
Comprensible
y tolerante con todos, incomprendido algunas veces. Es la agria respuesta que
reserva el destino para los seres carismáticos e idealista.
Querido
viejito “Caballero de la alegría” No importa los tiempos aciagos y dichosos. Tu
carisma especial y don de gentes te abrieron las puertas en cualquier parte; no
hubo abrazo mortal que te negara su calor. Mi querido viejo, mi amigo de ancha
sonrisa y servicial empeño, imprimiste huellas de solidaridad humana por todos
los caminos por donde anduviste.
Desde el
inicio de abril, cuando estabas postrado en la habitación 457 de Neumología de aquel
hospital, a partir de ese día la tristeza me embargó, es que viejito lindo te encontré
más frágil y débil, pero totalmente lucido y tan motivado como si no sintieras
los efectos de tan terrible enfermedad.
Como si presintieses
la cercanía de la muerte, regresaste a tu verdadera e inolvidable tierra.
Retornaste al hogar de antaño, fuente nutricia de sensitivas vivencias en tu niñez,
adolescencia y madurez. No quisiste abandonar a tu gente, a nuestra madre
tierra, solicita y generosa, leal y sincera, trabajadora y buena. De esas
selvas copiaste su sencillez y modestia, de su cielo, la transparencia de espíritu;
de sus mieses, abundancia de fe y esperanza. Por sus senderos correteaste con
tus travesuras infantiles. Eucaliptos, rosas violetas, madreselvas, lirios y demás
flores de este pensil, fueron confidentes de tus cuitas románticas y
entonaciones de toda tu vida. Las tardes vesperales de crepúsculos encendidos
aliviaron tus quejas y frustraciones.