ANIVERSARIO DE UN NUEVO CORAZÓN
Escucho pasos que se acercan y el rumor de voces.
Creo distinguir las de dos personas, después me parecen tres, quizás más. Todo
es muy confuso. Se extinguen las voces. Se alejan los pasos. Silencio absoluto.
Tal vez estoy soñando. No, no es un sueño. Me duele el brazo izquierdo, no
puedo mover bien la mano, la tengo entumecida. Alargo un poco el brazo y las
puntas de mis dedos tropiezan con algo frío. Los retiro asustado. Espero. No
pasa nada. Vuelvo a estirar la mano y me doy cuenta de que es un tubo
metálico. Es el soporte del frasco de
suero. Deslizo los dedos suavemente por la barra y el contacto con el metal me
resulta agradable. Ignoro si es de noche o de día, la oscuridad es absoluta.
Si, creo que he salido del quirófano y estoy en la habitación, mi hermana debe
estar cerca, pienso… Intento llamarla, pero una enorme afonía me impide
articular palabras. Una mucosidad espesa y algo rígido me obstruye la garganta
dolorida, carraspeo y consigo pronunciar a duras penas la palabra “hola”. No sé
si mi voz se oye más allá de mis labios. Nadie contesta. Estoy atenazado, no
puedo girar la cabeza, respiro con dificultad. Con la mano derecha acaricio las
sábanas y dibujo el contorno de la cama hasta donde llega la longitud de mi
brazo. Me atrevo a sacar la mano y hurgo en el aire por si mi hermana se ha
quedado adormilada en el sillón y no me oye, pero solo trasteo en el vacío. Me
da frío y meto la mano rápidamente y la cobijo. La tengo gélida, la froto
contra la pierna para hacerla entrar en calor.