Recuerdo aquella noche de luna llena. Las casas y
edificios adornados por las festividades de fin de año. Tú y yo en el coche mientras
atravesábamos Manhattan. El recorrido lo hacíamos sin pronunciar palabras,
únicamente la voz romántica de Charles Aznavour rompía el silencio. Escuchábamos
la señal de la radio y nuestra respiración cada vez más entrecortada.
Calles y mas calles vestidas de noches: Canal st,
Franklin, Chambers st, Spring, Charlton st…Los faros de los coches eran puntos
de luz convertidos en líneas continuas, estelas de estrellas fugaces que apenas
duraban un segundo. Me gustaría decir que te besé, que acaricié tu mano o que
te lancé miradas sensibles, pero no hubo nada de eso. Me atrevería a
afirmar que solo recuerdo el olor a ciudad extraña, el frío intenso y tu
complicidad callada.
Íbamos a tomar una copa en un
restaurante del barrio de la pequeña Italia, pero diste un giro brusco,
repentino, y cambiaste de dirección. Así fue como supe que nos dirigíamos a tu
casa en Steinway st. Astoria, Queens, y mi corazón se aceleró sin control.
Llegamos hasta tu apartamento, angosto y desierto como un
poema triste. Nos instalamos y brotaron nuestros deseos.