ADRIANO
Quién lo diría, empezar otro día y estar
otra vez solos, campeón. Ha venido Elizabeth, ella se ha emocionado hasta las
lágrimas al verte postrado en esta cama del Trinitas hospital, y yo también, no
pude contener la humedad de mis ojos, para que voy a mentirte. Es evidente que
esa muchacha siente algo más que una buena relación amical por ti. Si, entiendo
que siempre decías que no son más que buenos amigos, pero percibo su expresión
dolida y triste, la forma como te coge las manos, te limpia la frente, juega
con tus cabellos, la forma de mirarte, su voz llorosa al despedirse… A mi me
parece que si, que esta enamorada de ti hasta los huesos. Creo que no está mal,
quizá delgada, muy decaída, pero al menos físicamente esta bien, eso que anda
con muletas y tiene para mucho tiempo. Me dijo que hace unos días que le dieron
de alta del hospital, y que se siente más aliviada, aunque ella cree que la
recuperación total va a requerir de algunos meses.
“! Largos meses!”, enfaticé, ya quisiera decir lo mismo de
ti, Adriano…”
Ayer, antes de regresar a casa salí un momento de
tu habitación y me detuve a mirar por los amplios ventanales del piso sexto y
conocí al hijo de tu vecino de habitación, a propósito es tu tocayo, Adriano
Charpentier, creo que tiene mi edad, lo noté muy desalentado, me contó que era
la sexta vez en el año que su padre había ingresado por urgencias, los médicos
coinciden que la enfermedad esta muy avanzada. Él es muy creyente y me dijo que
a pesar de todo lo que dicen, tiene mucha fe, y que Dios le brindará la
prerrogativa de su presencia por un largo tiempo.
Te das cuenta hijo mío?
También le hablé de ti, que me siento culpable de tu estado, que tengo fe en tu
recuperación, que al igual que Adriano, estoy todos los días durante tantas
horas tratando de percibir aunque sea una leve mejoría en ti, pero…hijo, no he
podido continuar, se me hizo un nudo en la garganta y mis ojos se llenaron de
lagrimas, pero vaya…dicen: “que los hombres no lloran” hijo, no quise
defraudarte, ni quise entristecerme, sé que tú me necesitas fuerte y animado
¿verdad amigo? siempre te dije que para mi era agradable escuchar que me
dijeras padre, pero mas importante, era sentir que somos amigos. Te he traído
flores blancas, te los envía tu madre, las he puesto en un vaso grande improvisando
un florero. ¿A qué parece un florero?
Estuve viendo tu álbum de fotos ¡Cuantos recuerdos,
Adriano! Te recordé en la cuna durmiendo como un bendito, algunas veces
haciendo pucheros y otras boquiabiertos con esos ojos tuyos tan grandes y
risueños ¡que bien se te veía! Te recordé en tu primer cumpleaños, abrazado al
osito que te había dejado tu tío Bruno. Recuerdo que decía a todo el mundo que
eras lo más hermoso que me había pasado jamás, aunque cuando conocí a mamá
también pensé lo mismo.
Pero, todo lo que decía era verdad. Y para
tu madre también; sabes que ella te quiere más que a sus ojos, y ella si
que adora sus hermosos ojos ¿Recuerdas cuando te lleve por primera vez al mar?
Se supone que íbamos a pescar, llegamos ilusionados con la caña, el
cordel de nylon, el anzuelo y tu entusiasmo; no pescamos ni un resfrío, y
tuvimos que comprar pescado a un viejo lobo de mar que sonrío maliciosamente
cuando le pedimos que nos vendiera parte de su pesca. Nos llevamos más de tres
horas dando paseos por la orilla tratando de solucionar el problema de la redada
hasta encontrar a ese viejo, reímos a morir por la anécdota y por nuestra
complicidad.
A ese privilegiado lugar volvimos varios años, tú fuiste
creciendo y ganando amigos, y los dos aprendimos a pescar: peces, resfrío y
muchos amigos.
Cuando te llegó el turno del colegio, que majo te
veías con tu uniforme: pantalón gris y tu camisa azul; pero las medias,
que lata te daban las medias de lana y tan largas, ¿verdad? “papá me pican”, me
decías enfadado, sobre todo los lunes por la mañana cuando iniciabas tu semana
de clases. “Eso se te pasa enseguida ya lo veras, no te preocupes”, te decía
dándote palmadas en el hombro y ligeros masajes en las piernas y en cuanto
salíamos a la calle, ya se te había olvidado. Debo confesarte que sentía lo
mismo cuando tenia tu edad.
Recuerdo muy bien como si fuera ayer cuando iniciaste tu
preparación para la universidad en aquel instituto, percibí tu rebeldía, las
chicas empezaron a llamarte y las horas y horas que pasabas colgado al
teléfono, no podíamos decirte nada porque te enfadabas, tus salidas nocturnas
eran continuas, al igual que mis noches en vela esperando que llamaras para ir
a buscarte, tuve muchas discusiones con mamá…
“¿Ya no recuerdas de cuando eras joven?”, le decía para
quitarle hierro al asunto. A pesar de todo eres un buen chico, trabajador y
entrañable, nos querías mucho, me consta.
Ahora me lamento no haberle escuchado, quizá ella como
madre presentía algo.
Este año que habías empezado a estudiar Filología,
como tu deseabas, se te veía tan feliz y nosotros también, que no puedo creer
lo que esta pasando. ¡Malditas motos! Tu madre empeñada en que no te comprara
ninguna moto. “Mamá, papá; a Luis le ha comprado su padre una Harley-Davidson
XR1200 que es un goce intenso”, nos dijiste con una sonrisa de oreja a oreja,
se te veía tan emocionado, como si te la hubiesen regalado a ti. Creo que tu
alegría y deseo de tenerla terminaron por convencerme que te la compre, y ya
ves, no pasó mucho tiempo y esa mancha inoportuna en la pista del barrio
italiano, la maldita máquina que patina violentamente y tú que vuelas por los
aires… Afortunadamente Elizabeth, salio mejor parada. Luego siguieron
días con sus noches interminables de angustia a la puerta de la UCI del
Trinitas, con noticias no tan alentadoras sobre tu evolución. Ahora te miro
sumergido en un profundo sueño, perdido en ese mundo desconocido en el que te
encuentras aferrándote a la vida, esclavo de esa sonda que cuelga de tu nariz,
todo lleno de cables, rodeado de aparatos… Tú no sabes, se me parte el corazón.
Solo tengo la esperanza de que no estés padeciendo, de
que verdaderamente estés dormido. Cuando le hablo al médico de tu posible
sufrimiento y le digo que me parece que te tiemblan los párpados, siempre me
repite la misma cantilena: “No se preocupe, su hijo no sufre. Cuando se esta en
coma, la perdida de conocimiento suprime todas las sensaciones. El movimiento
de los párpados, algunos gestos, el rechinamiento de dientes… no son más que
acciones reflejas”. Y yo quiero, necesito creer que lo que me dice es cierto,
porque me moriría si te duele algo o que estas angustiado y no puedes
decirnos que te pasa. La incertidumbre me tortura noche y día, por eso pregunto
tantas veces lo mismo. Se que en cualquier momento despertarás. Tú, que eres un
luchador no te puedes ir tan pronto, lo tienes todo por descubrir y nos haces
tanta falta, hijo. Esta ilusión es la que me mantiene en la brega, aunque en
realidad estoy más muerto que vivo. Si me tengo en pie es por ti, por mamá, por
tus hermanos. Si yo decaigo ¿Qué va a ser de nosotros? No tengo más remedio que
aguantar estos sinsabores como sea, aunque me desangre por dentro. Que idiota,
pues me han saltado las lágrimas. No me hagas caso, ya sabes que soy muy tonto.
Volverás querido Adriano, sé que un día volverás. Resiste, pelea con todas tus
fuerzas hijo mío. No estás solo y nunca lo estarás. Recuerda
los partidos de futbol de los domingos en ese parque central; le poníamos alma,
corazón y vida en cada juego hasta triunfar. Ahora esa fortaleza es necesaria.
Le vamos a ganar
este partido a la vida, tenlo por seguro, y no olvides, siempre estaré
aguardando con ansia tu regreso…
PEDAZOS DE TIEMPO /Arturo Ruiz-Sánchez.
Elizabeth, New Jersey.
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