CAROLINA
Carolina
era una morena de figura agraciada. Llegó colmada de ilusiones. Todos le decían
que era el país de las oportunidades. En muy poco tiempo de su estancia disfrutaba del modus vivendi
de la gran mayoría neoyorquina. Aprendió a usar los innumerables recursos que la
gran ciudad ofrece a propios y extraños, y que curiosamente quienes más
aprecian son estos últimos. En su corto descanso de fines de semana, una de las
cosas que más le gustaba, era pasear. A diferencia de sus amigas que se iban al
“mall”; Carolina gastaba horas caminando por los salones llenos de tesoros de arte del Metropolitan Museum,
otras veces hacía el recorrido de ida y vuelta en El Ferry, solo para
contemplar la estatua de la libertad.
No se cansaba de admirar de cerca aquella
escultura que durante años solo había visto en fotos; pero la parada final del día, era siempre la multinacional del café.
Con
su ordenador personal (Laptop) navegaba por horas en el firmamento
cibernético, degustando la bebida aromática en cualquier modalidad, eso era lo
más cercano con el sueño americano.
A
diferencia de muchos inmigrantes, se preocupó por aprender el idioma inglés, lo
primero que hizo al llegar fue comprarse un diccionario de frases usadas con
frecuencia en los quehaceres básicos. Vivía en el barrio coreano de Queens, en Flushing;
precisamente allí, se enteró de la existencia de agencias de empleo,
preferentemente para housekeepers, cuya clientela eran personas adineradas de
zonas exclusivas de Long Island.
En
la agencia hablaban el castellano, de modo que no tuvo problema para
inscribirse. En la entrevista le enfatizaron que por lo menos debería entender
algo de inglés y que la llamarían en cuanto haya una “vacante”. No tuvo
que esperar mucho, al día siguiente la llamaron para una conversación con la
patrona en ciernes. Descubrió que ser soltera, no tener hijos, ni novio, eran
un “plus” que abreviaba la espera del ansiado trabajo.
La
futura jefe no pudo disfrazar la incomodidad del momento y la recibió con una
sonrisa forzada, le interesaba contratar a alguien que no tuviera necesidad de
ausentarse por tener que atender problemas personales. La reunión fue breve, lo
preciso para fijar los quehaceres, (debía quedarse en aquella enorme casa
“live-in” de martes a sábado) trabajando 10 horas al día. El salario,
obviamente fue lo que más le gustó, el dinero que recibiría cada semana;
comparó con las remuneraciones de su ex empleo de secretaria en una prestigiosa
universidad en su ciudad natal. Lo que descubrió la dejó con la boca abierta:
el pago que recibiría en un mes, era cinco veces más de lo que ganaba en su
empleo de oficinista.
Carolina
se refugió en el trabajo; añoraba la pequeña oficina de la universidad,
recordaba a la familia en pleno, a sus amigos. En las noches se llenaba de
nostalgia, y rumiaba el no contar con esa tarjeta verde que le daría luz para
cambiar su “infortunio”. Los fines de semana eran horas festivas, volvía a
sentirse la chica ejecutiva de meses pretéritos.
Como
alternativa de ahorro, se arriesgó a compartir el apartamento con una señora
con costumbres, gustos e ideas diferentes, de tal manera que surgió una difícil
convivencia.
Ella
para no coincidir en sus únicos días libres, salía a relajarse y caminar por
las calles de la gran manzana, decidida a mejorar su aptitud frente a la
coyuntura de existir en la gran ciudad.
Se
matriculó en un conocido instituto de enseñanza del idioma inglés muy cerca al
Madison Square Garden. Los domingos por la tarde, después de clases, se
premiaba disfrutando de un aromático café en un Starbucks. Allí precisamente un
domingo cualquiera por la tarde, coincidió en una mesa con Peter, le pareció
apuesto y tuvo la oportunidad de practicar el idioma de Shakespeare. Cuando
conoció a Peter, pensó que se había sacado la lotería, él era “el gringo, alto,
delgado, de ojos azules y cabellos rubios ensortijado”, el sueño de muchas
latinas como ella. A partir de ese momento habían acordado verse todos los fines de semana en el mismo
Starbucks Coffee de Manhattan. Ella imaginó que era el lugar preciso para
interactuar con el esperado galán.
Carolina,
durante la semana laboral, no hacía más que esperar con ansias el fin de
semana; el viernes para ella se convertía en fiesta. Desde la salida del sol
realizaba sus labores cotidianas con otras motivaciones; trataba de dejar todo
listo y esperaba las cinco de la tarde; se daba un
baño refrescante, se maquillaba y se vestía muy sexi. Un cambio muy notorio se
producía en ella, de ser una jornalera doméstica, de pronto se convertía en una
mujer atractiva, sexy, interesante.
No se dio
cuenta, ¿En qué momento se había
enamorado de Peter?
En uno de esos encuentros, el galán le
pregunto, por qué estaba en USA. Ella sin ocultar unas lágrimas que resbalaban
por sus bellas mejillas, empezó a relatarle parte de la existencia que la
entristecía:
“Creo que no
estás familiarizado con el modus vivendis de los países latinoamericanos, casi
siempre es lo mismo en las familias pobres de mi país; la miseria, hogares
desmembrados, la maldición de los que menos tienen, muchas bocas pidiendo pan; y
los padres, sin paternidad responsable, abandonan el hogar, dejan a la
mujer sola, a los hijos; y empieza esa cruel agonía. Las
necesidades, pocas las ofertas de trabajo, la remuneración básica que no
llena la canasta familiar.
Mi padre llegaba
ebrio a casa, gritaba y peleaba con mi madre. Ella sufría de
arteriosclerosis, no podía moverse. Se le hinchaban las articulaciones, le
dolían los huesos. Mi padre ante ese cuadro, cobardemente huyó.
Con dos
hermanos menores y mi madre enferma, tuve que asumir esa responsabilidad.
Busque trabajo, mañana, tarde y noche; pude encontrar en una universidad,
lamentablemente lo que ganaba no era suficiente. Tenía que comprar medicinas, proveer
de alimentos, gastos para la escuela, la ropa, el servicio
de mantenimiento de la casa; en fin, una triste realidad.
Tuve tanto miedo
al sentirme sola y cargada de tamaña responsabilidad, me abrumaba solo de
pensar en el futuro de mi familia, un futuro de hambre y de
miseria; sentía que mi alma se perdía y que mis ilusiones se perdían
irremediablemente. Y decidí venir al norte como una forma de solucionar el
problema”.
Peter, la
escuchaba silencioso tratando de entender esa naturaleza difícil del
inmigrante, tal vez desconocido para él, pero, con Carolina empezaba a
comprender que el mundo no solo era Estados Unidos de Norteamérica, sino, mucho
más.
Después de ese
día, continuaron encontrándose en el mismo lugar; luego caminaban largas horas
por la ciudad. Ella estaba feliz, tenía a alguien que la escuchara de todas las
vivencias de su jornada laboral, además le comentaba de los logros de sus
hermanos en la escuela y del estado de salud de su madre. Peter, por lo pronto
no era muy transparente, no le confiaba de sus actividades, solo refería que
sus padres vivían en Boston, eran originarios de Italia, además, decía que era
soltero, no tenía hijos y que trabajaba en MTA.
Carolina estaba
complacida de la compañía de Peter, esa complicidad de fin de semana, la ponía
feliz, esperaba que el sintiera lo mismo y le hacía ilusión que en cualquier
momento le hablara de amor.
Continuaron
viéndose, salían a pasear por los lugares simbólicos de la ciudad y después de
varios meses un domingo cualquiera regresaron al café donde se habían conocido,
Peter quería decirle algo importante, ella se moría de miedo e inquietud
tratando de imaginar lo que diría; ella esperaba que le hablara de amor.
Después de algunos intervalos de silencio y bebiendo a sorbos el cappuccino,
Peter, empezó diciendo: Quiero explicarte algo que anuda mi garganta.
- “Tu representas para mí la
ternura, todos esos días que coincidíamos en este lugar, sentía la fuerza
de tu mirada, de tal manera que por un instante olvidaba mi condición y
acariciaba la idea de ser un hombre normal, libre para amar y ser amado;
despertaste en mi, un sentimiento muy singular, creo que "amor
platónico". Lograste que me emocionara cada vez que presentía el estar junto
a ti, el terror me abrazaba solo de pensar que no te encontraría; pero ves, no
se pueden ocultar verdades. Tengo tanto
temor de confesarte la aflicción que me atormenta, me abrumo solo de
pensar en mi futuro, de que nadie entienda mi condición; siento que mi
alma se pierde y que mis ilusiones se acercan a una triste ruina. Las cosas
buenas no siempre se dan para mí, y si es así duran muy poco, olvídate que
existo, para mí el amor es imposible, mi horizonte es muy oscuro y
está absolutamente cerrado”. Soy gay, soy homosexual…
Ella tan solo podía escucharle, no
comprendía casi nada, únicamente llegaba a sus oídos tenuemente la melodía de
“La Boheme: de Charles Aznavour. Su cara pálida, sus ojos húmedos, ojerosa
su mirada y se quebraba a cada instante…
Escuchaba silenciosa,
estaba aprendiendo a conocer otro mundo, desconocido hasta ese entonces,
pero que estaba muy cerca.
Se
despidieron, ella salió presurosa como siempre, buscando no sé qué; sin
esperanzas, muy segura de su teoría para enfrentar las vicisitudes de la
vida.
Muy segura que
eran de mundos diferentes…
Arturo
Ruiz-Sánchez/JORNALEROS
New York
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