jueves, 4 de diciembre de 2014

TARDE DE DICIEMBRE



TARDE DE DICIEMBRE
 No sé si llorar o estallar de risa recordando aquella tarde de Diciembre. Detestando mi aislamiento y ceñido a la añoranza decidí salir a discurrir por la pequeña ciudad de Astoria-Queens, New York.
Como todos los sábados en aquel lugar, el contexto era festivo, los árboles y sus hojas de finales de otoño en una alegre danza, los pájaros y sus trinos hacían contorsiones en el aire y se posaban en las desnudas ramas, la avenida principal vestía sus mejores atavíos.
El ayuntamiento había instalado en los postes de alumbrado público coronas de hojas de pino y bombillos multicolores en clara alusión a la natividad, los automóviles circulaban con sus conductores nerviosos por el intenso tránsito, las veredas desprendían aroma a diversidad y apresuradas marchas.
Se observaba los ventanales de las tiendas adornadas con motivos alusivos a la fecha, en el interior repletas de personas ansiosas por entregarse al ritual del materialismo trasnochado del consumismo.  

 El aire gélido y el murmullo del gentío estimularon mi curiosidad y terminé en la puerta de entrada de un pequeño centro comercial. Inquieto me recreaba contemplando a lindas mujeres en un ir y venir por la concurrida avenida.
 Era el barrio griego que recibía con los brazos abiertos a la comunidad en general: europeos, latinos, asiáticos, que circulaban en un franco regocijo.
Mientras aguzaba los sentidos mirando a las féminas, mis pensamientos acariciaban ideas de nuevos romances. Desde que mi mujer falleció quedé conmovido, desanimado por completo de la vida, situación que recrudecía en la proximidad de las fiestas navideñas.
  Mi esposa había fallecido hacía unos años y me dije: ¿Por qué no tener otra oportunidad? pero… a pesar de mí casi cuarenta años creía estar viejo y cansado para esos trotes.
¿Empezar otra vez?
Recordaba con certeza de ya no alcanzar el título de:
“Príncipe azul”…
A propósito de príncipe, lo más cercano que estuve de serlo fue hace una semana precisamente en el centro comercial, un hijo de “la isla del encanto” (Puerto Rico) me dejó un ojo morado. Me sorprendió con su mujer en el hábito sabatino de lavar la ropa en un conocido Laundromat (tienda para lavar ropa).
Visitaba a mi amiga María “la portuguesa”, dueña del negocio. Releía mis apuntes para un libro de cuentos, en ese momento mi concentración no era la más adecuada, de tal manera que me costaba revisar el texto.
Se acercó una mujer rubia y delgada y me preguntó:
¿Qué leía?
Le expliqué lo de los cuentos; le comenté de mi intención de publicar mi libro, que estaba tratando de terminar de corregir mi manuscrito, además, que tenía la ilusión de enviarlo lo más antes posible, ya que mi editor esperaba las correcciones, que él había desnudado una serie de errores en mi escritura y que yo agradecido trataba de superar esos malos hábitos al escribir.
 Para ella, el hecho de no ser un escritor famoso, no fue relevante y me confesó que le gustaría relatarme parte de sus situaciones vivenciales y que tal vez podría construir alguna historia de su vida.
 Estaba encantado por la ocurrencia de la rubicunda.
Aquella tarde la lavandería estaba atestada de clientes; sin imaginar lo que sucedería estaba tranquilamente fungiendo de escritor plasmando los relatos de la susodicha.
Habrían transcurrido menos de una hora, de pronto sin saber cómo sentí un fuerte golpe en la cabeza, luego otro entre la ceja y el parpado. El porrazo me adelantó la noche: vi la luna y las estrellas, estuve a punto de desvanecerme.
 Sin saber lo que acaecía fui alzado en vilo. Aun pasmado, sorprendido, dolorido, no atinaba a nada, como un ruego se escuchó mi voz:
– ¿Qué pasa?
- ¿Qué pasa?  “gritó un iracundo hombre”  
- ¿Y todavía lo preguntas so pendejo?
 Era el marido de la rubia que vociferaba:
-   “hijo de puta que haces con mi mujer”…
Gracias a mi amiga lusitana, alta, carismática, autoritaria, que se paró entre los dos y controló al irascible hijo de la isla del encanto.
Desde ese día juré no pretender ser un príncipe azul, estaré bien con el título de:
 “Varón de la pequeña Astoria y de la Villa de Corona”.
                                                      Astoria, NY
                               Arturo Ruiz-Sánchez/PEDAZOS DE TIEMPO
                                 www.arturoruiz-sanchez.blogspot.com
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