lunes, 23 de febrero de 2015

FERNANDO MOROTE ENTREVISTA

FERNANDO MOROTE ENTREVISTA A ELGA REÁTEGUI


Por : Fernando Morote
(Escritor peruano radicado en Nueva York)

El Santo Cura
Publicada en Setiembre del 2007, y presentada originalmente en Valencia-España, “El Santo Cura” es una novela que termina de desbaratar la ya deteriorada imagen de los sacerdotes católicos en el mundo occidental. Ambientada en el Perú, constituye una explosiva combinación de homosexualismo y juegos de poder entre algunos miembros del clero, representantes de la política y figuras del empresariado.
Su autora, la escritora y periodista peruana Elga Reátegui, tuvo la gentileza de conversar conmigo y compartir su experiencia escribiendo el libro:
1.      La estructura de la novela permite una lectura fluida desde el inicio. ¿Cuál ha sido tu método para construirla?

Su escritura fue instintiva por sobre todo. Me dejé llevar por la historia que ya tenía bien definida en mi cabeza hacía tiempo. En cuanto a la metodología recurrí a lo ha aprendido en las clases de redacción periodística. Eché mano de las herramientas que son básicas  a la hora de contar una noticia o una historia. Ese decir el qué, quién, cómo, cuándo, dónde, aunque me es difícil no pensar en el por qué o para qué, pues sigo creyendo que mis historias carecen de moralejas o enseñanzas. Sin embargo, aspiro a que por lo menos, invite a la reflexión o pueda sensibilizar de algún modo al lector. 

2.      El lenguaje utilizado en los diálogos, incluyendo los monólogos interiores, en ciertos pasajes se entremezcla con la narración misma. ¿Lograr la diferencia entre ambos elementos ha representado un desafío especial al momento de desarrollarlos?

No, los protagonistas y sus historias me supieron guiar a la perfección. Solo había que entregarse y escribir; o mejor dicho, dejarse llevar y disfrutar de la labor.  Por otro lado, considero  que no es un libro de complicada redacción, y si los lectores están lo suficientemente conectados con su lectura,  así como yo lo estuve en el momento de su creación, les será fácil empatizar con sus personajes y  hasta entender sus peculiares dramas existenciales y sociales. Es cierto, todo es muy dinámico y  a veces fluye con extrema rapidez, pero ese es el mecanismo de nuestra existencia, en el que estás contigo y a la vez interactuando con otros, y como guionista, directora, espectadora y coprotagonista, la gran creadora que todo lo que puede: la vida.

3.      Se trata de una historia controversial. De hecho, me hizo recordar con nitidez a un sacerdote muy frecuentado y querido por mi familia cuando yo era niño. ¿Está basada en hechos reales y personajes que tú has conocido de cerca?

Ahora ya lo puedo contar porque quien me inspiró gran parte la personalidad del protagonista principal,  el padre Ignacio, “el Santo Cura”, pasó a mejor vida hace un par de años y no me había enterado. Sí, fue real, era el gerente de cooperación internacional de un ministerio en el que laboré, y desde el primer momento, me llamó la atención su presencia en un organismo del estado, que obviamente no era su lugar, y el poder que ejercía sobre el personal e incluso las autoridades de ese momento. El sujeto era astuto, de inmejorable habla y conocedor de las debilidades humanas, conseguía de ti lo que le daba la gana, a la buena o a la mala, pero sin perder la clase ni la compostura. Pero, no puedo afirmar que mi padre Ignacio sea él porque faltaría a la verdad. Mi “Santo Cura” es el producto de todos los curas que conocí, traté e incluso, tuvieron algún tipo de amistad conmigo o mi familia. No todos tuvieron el alma negra, obviamente, pero me ayudaron a construir mi personaje, a hacerlo más pecador que cualquiera o tal vez, menos hipócrita al momento de ser él mismo.

4.      Otros protagonistas del relato sobresalen por su diversidad. Muchos de ellos provienen de estratos sociales, económicos y culturales diametralmente opuestos. ¿Cómo has trabajado esa parte del texto para recrearlos?

He tenido de dónde sacar la materia prima de mis historias. Mis orígenes alimentaron mi imaginación. Procedo de un estrato social que en mis tiempos de niñez y adolescencia era indefinido. No estaba en la miseria, pero tampoco me ubicaba en la clase media. Y en el callejón donde vivía, habitaba la gente más variopinta que te puedas imaginar. Era una galaxia heterogénea donde se juntaba perro, pericote y gato, y ocurrían sucesos que lindaban con lo esperpéntico. Podías ver en la mañana a un vecino atando su cabra al arbolito de la acera antes de salir a trabajar, a otra ‘haciendo la compra’ pidiéndole prestado a medio mundo papa, pollo o arroz o, una segunda despidiendo semidesnuda  a su ‘cliente’ a la puerta de su casa. La gente provenía de diversas partes del Perú. Habían dejado sus provincias para conquistar la capital. La realidad al llegar era dura y se las ingeniaban para salir adelante. Les costaba adaptarse y modificar sus formas de comportarse o de vivir. Pese al tiempo transcurrido, muchos se quedaban igual. Otro aspecto a destacar es que cada quien practicaba su moral. La de algunos era discutible, pero se ‘toleraba’. Los vecinos cotilleaban por los rincones y casi enfrente del susodicho, sin embargo, la regla se cumplía, no armaban pleito si no se perjudicaba a un tercero. Sobre todo cuando se trataba de robos o asaltos, nunca se chocaba con el barrio. Recuerdo con mucho cariño a mis vecinos, hubo gente valiosa que punta de chambear de a sol a sombra, mejoró sus condiciones de vida e hizo de sus hijos gente de provecho. Otros, espero que los menos, porque no volví a coincidir con ellos, se dejaron arrastrar por el vicio y la desidia, y están dando vueltas por ahí sin saber adónde ir.
Por otro lado,  hacer periodismo, ser reportera de calle, me mostró otras realidades que modificaron mi forma de ver el mundo y asumirlo. Una cosa es ver la noticia impresa en el diario o verla por televisión, pero otra muy distinta es estar cerca de sus protagonistas y sentir la magnitud del hecho. Le debo mucho al periodismo, y hoy por hoy, recurro a parte de mis recuerdos y vivencias a la hora de armar mis historias.

5.      Como escritora, ¿qué significa para ti penetrar y explorar el mundo íntimo de la curia, el poder y los negocios relacionados entre sí?

Sé que es delicado porque al hacerlo sin querer también chocas con la fe de la gente, y eso es algo que respeto por más mis creencias vayan por otro lado. Sin embargo, hace rato que he superado el miedo o el temor a abordar dichos temas o problemáticas. Le he quitado el peso innecesario que soportaba, y puedo tratarlo como cualquier otro que es igual de conflictivo y sensible. Los curas no están por encima de nosotros, por tanto, hay que verlos y tratarlos como cualquier ser humano común y silvestre. No hay nada santo ni sagrado en ellos, y está demostrado que sus acciones pueden ser más crueles y ruines que las de cualquier laico.


6.      ¿Cuánto tiempo te tomó escribir la novela? ¿En qué circunstancias lo hiciste?

Fue un embarazo literario. Seis meses con sus días y noches en las que trabajaba frenéticamente.  Creo que la historia me poseyó y no me dejó tranquila hasta que no le puse el punto final. Poli, mi esposo,  tuvo mucho que ver en eso. Me alentó a aparcar la poesía, y darle paso a otro registro. Me dijo algo así como “tú que has vivido tantas cosas en tu trabajo de prensa, seguro que tienes algo bueno que contar”. Le hice caso. La rapidez con que abordé el trabajo respondió también a que quería participar en el Premio Planeta y deseaba que me alcanzara el tiempo para corregir y dejarlo decente. Me hacía mucha ilusión. Ignoraba que a ese nivel (el del certamen) las cosas se manejan bajo otros criterios. Pero ese ya es otro tema.

7.      ¿Cuáles consideras que han sido los principales retos y obstáculos que te presentó la elaboración del texto?

Sin lugar a dudas, el lenguaje y la corrección del texto en ese sentido. Por estar ambientado en Lima mis personajes debían hablar a la peruana, distinguiendo sus orígenes (costa, sierra y selva), y si eran de Lima o pertenecían a otro rango social o cultural. Nosotros, los peruanos, en nuestro día a día usamos el lenguaje coloquial, varias palabras provenientes del inglés y mucha jerga, y esta se halla viva: crea, recrea y cambia. Poli, quien revisaba mi texto en la medida que lo iba escribiendo, fue ‘suavizando’ esos aspectos. Me decía  “bájale un poco”. Le tomé muy cuenta, pues sí él entendía mi manera de comunicar, los demás españoles, lo iban a hacer también.
Quien no entendió e impuso su criterio en varias partes de mi texto, fue el corrector de la editorial.  No respetó mi lenguaje, pese a exponerles mis razones. ¿Qué más lógico que argumentar que un  peruano no habla como un español? Absurdo, ¿no?


8.      En el momento que fue publicado el libro, ¿cuál fue la acogida que tuvo y cuáles fueron las reacciones que generó?

Mi público lector fue español en sus inicios. La gente se portó bien conmigo. Tuve buenas críticas. Les gustaba conocer cómo éramos y nos comportábamos, y en muchas tertulias me hablaban de aspectos que, yo como autora, no había reparado. Era lógico y comprensible. Como tenía que ser, le dieron su particular interpretación y sacaron conclusiones que, en más de una ocasión, me dejaron con la boca abierta y sin saber qué responder. Me pidieron una segunda parte y que no lo hiciera caso a Poli, y que  incluyera ‘más de esas palabras graciosas’ (jerga). El tema del padre metido en política y corrupto, pasaba a segundo plano, y eran los personajes del pueblo, con su forma de ser y relacionarse en medio de la injusticia, los que lograban imponerse y hacerse escuchar, al menos dentro de la lectura.

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Fernando Morote
(escritor peruano radicado en Nueva York)

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