Por : Fernando
Morote
(Escritor peruano
radicado en Nueva York)
El Santo Cura
Publicada en Setiembre del 2007, y presentada originalmente en
Valencia-España, “El Santo Cura” es una novela que termina de desbaratar la ya
deteriorada imagen de los sacerdotes católicos en el mundo occidental.
Ambientada en el Perú, constituye una explosiva combinación de homosexualismo y
juegos de poder entre algunos miembros del clero, representantes de la política
y figuras del empresariado.
Su autora, la escritora y periodista peruana Elga Reátegui, tuvo la
gentileza de conversar conmigo y compartir su experiencia escribiendo el libro:
1.
La estructura de la novela permite una lectura fluida
desde el inicio. ¿Cuál
ha sido tu método para construirla?
Su escritura fue instintiva por sobre todo. Me dejé
llevar por la historia que ya tenía bien definida en mi cabeza hacía tiempo. En
cuanto a la metodología recurrí a lo ha aprendido en las clases de redacción
periodística. Eché mano de las herramientas que son básicas a la hora de contar una noticia o una
historia. Ese decir el qué, quién, cómo, cuándo, dónde, aunque me es difícil no
pensar en el por qué o para qué, pues sigo creyendo que mis historias carecen
de moralejas o enseñanzas. Sin embargo, aspiro a que por lo menos, invite a la
reflexión o pueda sensibilizar de algún modo al lector.
2. El
lenguaje utilizado en los diálogos, incluyendo los monólogos interiores, en
ciertos pasajes se entremezcla con la narración misma. ¿Lograr la diferencia
entre ambos elementos ha representado un desafío especial al momento de
desarrollarlos?
No, los protagonistas y sus historias me supieron guiar a
la perfección. Solo había que entregarse y escribir; o mejor dicho, dejarse
llevar y disfrutar de la labor. Por otro
lado, considero que no es un libro de
complicada redacción, y si los lectores están lo suficientemente conectados con
su lectura, así como yo lo estuve en el
momento de su creación, les será fácil empatizar con sus personajes y hasta entender sus peculiares dramas
existenciales y sociales. Es cierto, todo es muy dinámico y a veces fluye con extrema rapidez, pero ese
es el mecanismo de nuestra existencia, en el que estás contigo y a la vez
interactuando con otros, y como guionista, directora, espectadora y
coprotagonista, la gran creadora que todo lo que puede: la vida.
3. Se
trata de una historia controversial. De hecho, me hizo recordar con nitidez a
un sacerdote muy frecuentado y querido por mi familia cuando yo era niño. ¿Está
basada en hechos reales y personajes que tú has conocido de cerca?
Ahora ya lo puedo contar porque quien me inspiró gran
parte la personalidad del protagonista principal, el padre Ignacio, “el Santo Cura”, pasó a
mejor vida hace un par de años y no me había enterado. Sí, fue real, era el
gerente de cooperación internacional de un ministerio en el que laboré, y desde
el primer momento, me llamó la atención su presencia en un organismo del
estado, que obviamente no era su lugar, y el poder que ejercía sobre el
personal e incluso las autoridades de ese momento. El sujeto era astuto, de
inmejorable habla y conocedor de las debilidades humanas, conseguía de ti lo
que le daba la gana, a la buena o a la mala, pero sin perder la clase ni la
compostura. Pero, no puedo afirmar que mi padre Ignacio sea él porque faltaría
a la verdad. Mi “Santo Cura” es el producto de todos los curas que conocí,
traté e incluso, tuvieron algún tipo de amistad conmigo o mi familia. No todos
tuvieron el alma negra, obviamente, pero me ayudaron a construir mi personaje,
a hacerlo más pecador que cualquiera o tal vez, menos hipócrita al momento de
ser él mismo.
4.
Otros protagonistas del relato sobresalen por su
diversidad. Muchos de ellos provienen de estratos sociales, económicos y
culturales diametralmente opuestos. ¿Cómo
has trabajado esa parte del texto para recrearlos?
He tenido de dónde sacar la materia prima de mis
historias. Mis orígenes alimentaron mi imaginación. Procedo de un estrato
social que en mis tiempos de niñez y adolescencia era indefinido. No estaba en
la miseria, pero tampoco me ubicaba en la clase media. Y en el callejón donde
vivía, habitaba la gente más variopinta que te puedas imaginar. Era una galaxia
heterogénea donde se juntaba perro, pericote y gato, y ocurrían sucesos que
lindaban con lo esperpéntico. Podías ver en la mañana a un vecino atando su
cabra al arbolito de la acera antes de salir a trabajar, a otra ‘haciendo la
compra’ pidiéndole prestado a medio mundo papa, pollo o arroz o, una segunda
despidiendo semidesnuda a su ‘cliente’ a
la puerta de su casa. La gente provenía de diversas partes del Perú. Habían dejado
sus provincias para conquistar la capital. La realidad al llegar era dura y se
las ingeniaban para salir adelante. Les costaba adaptarse y modificar sus
formas de comportarse o de vivir. Pese al tiempo transcurrido, muchos se
quedaban igual. Otro aspecto a destacar es que cada quien practicaba su moral.
La de algunos era discutible, pero se ‘toleraba’. Los vecinos cotilleaban por
los rincones y casi enfrente del susodicho, sin embargo, la regla se cumplía,
no armaban pleito si no se perjudicaba a un tercero. Sobre todo cuando se
trataba de robos o asaltos, nunca se chocaba con el barrio. Recuerdo con mucho
cariño a mis vecinos, hubo gente valiosa que punta de chambear de a sol a
sombra, mejoró sus condiciones de vida e hizo de sus hijos gente de provecho.
Otros, espero que los menos, porque no volví a coincidir con ellos, se dejaron
arrastrar por el vicio y la desidia, y están dando vueltas por ahí sin saber
adónde ir.
Por otro lado,
hacer periodismo, ser reportera de calle, me mostró otras realidades que
modificaron mi forma de ver el mundo y asumirlo. Una cosa es ver la noticia
impresa en el diario o verla por televisión, pero otra muy distinta es estar
cerca de sus protagonistas y sentir la magnitud del hecho. Le debo mucho al
periodismo, y hoy por hoy, recurro a parte de mis recuerdos y vivencias a la
hora de armar mis historias.
5. Como
escritora, ¿qué significa para ti penetrar y explorar el mundo íntimo de la
curia, el poder y los negocios relacionados entre sí?
Sé que es delicado porque al hacerlo sin querer también
chocas con la fe de la gente, y eso es algo que respeto por más mis creencias
vayan por otro lado. Sin embargo, hace rato que he superado el miedo o el temor
a abordar dichos temas o problemáticas. Le he quitado el peso innecesario que
soportaba, y puedo tratarlo como cualquier otro que es igual de conflictivo y
sensible. Los curas no están por encima de nosotros, por tanto, hay que verlos
y tratarlos como cualquier ser humano común y silvestre. No hay nada santo ni
sagrado en ellos, y está demostrado que sus acciones pueden ser más crueles y
ruines que las de cualquier laico.
6. ¿Cuánto
tiempo te tomó escribir la novela? ¿En qué circunstancias lo hiciste?
Fue un embarazo literario. Seis meses con sus días y
noches en las que trabajaba frenéticamente.
Creo que la historia me poseyó y no me dejó tranquila hasta que no le
puse el punto final. Poli, mi esposo,
tuvo mucho que ver en eso. Me alentó a aparcar la poesía, y darle paso a
otro registro. Me dijo algo así como “tú que has vivido tantas cosas en tu
trabajo de prensa, seguro que tienes algo bueno que contar”. Le hice caso. La
rapidez con que abordé el trabajo respondió también a que quería participar en
el Premio Planeta y deseaba que me alcanzara el tiempo para corregir y dejarlo
decente. Me hacía mucha ilusión. Ignoraba que a ese nivel (el del certamen) las
cosas se manejan bajo otros criterios. Pero ese ya es otro tema.
7. ¿Cuáles
consideras que han sido los principales retos y obstáculos que te presentó la
elaboración del texto?
Sin lugar a
dudas, el lenguaje y la corrección del texto en ese sentido. Por estar
ambientado en Lima mis personajes debían hablar a la peruana, distinguiendo sus
orígenes (costa, sierra y selva), y si eran de Lima o pertenecían a otro rango social
o cultural. Nosotros, los peruanos, en nuestro día a día usamos el lenguaje
coloquial, varias palabras provenientes del inglés y mucha jerga, y esta se
halla viva: crea, recrea y cambia. Poli, quien revisaba mi texto en la medida
que lo iba escribiendo, fue ‘suavizando’ esos aspectos. Me decía “bájale un poco”. Le tomé muy cuenta, pues sí
él entendía mi manera de comunicar, los demás españoles, lo iban a hacer
también.
Quien no
entendió e impuso su criterio en varias partes de mi texto, fue el corrector de
la editorial. No respetó mi lenguaje,
pese a exponerles mis razones. ¿Qué más lógico que argumentar que un peruano no habla como un español? Absurdo,
¿no?
8. En
el momento que fue publicado el libro, ¿cuál fue la acogida que tuvo y cuáles
fueron las reacciones que generó?
Mi público
lector fue español en sus inicios. La gente se portó bien conmigo. Tuve buenas
críticas. Les gustaba conocer cómo éramos y nos comportábamos, y en muchas
tertulias me hablaban de aspectos que, yo como autora, no había reparado. Era
lógico y comprensible. Como tenía que ser, le dieron su particular
interpretación y sacaron conclusiones que, en más de una ocasión, me dejaron
con la boca abierta y sin saber qué responder. Me pidieron una segunda parte y
que no lo hiciera caso a Poli, y que
incluyera ‘más de esas palabras graciosas’ (jerga). El tema del padre
metido en política y corrupto, pasaba a segundo plano, y eran los personajes
del pueblo, con su forma de ser y relacionarse en medio de la injusticia, los
que lograban imponerse y hacerse escuchar, al menos dentro de la lectura.
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Fernando
Morote
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