Escucho movimientos que se acercan y el rumor de
voces. Creo distinguir las de dos personas, después me parecen tres, quizás
más. Todo es muy confuso. Se extinguen las voces. Se alejan los pasos. Silencio
absoluto. Tal vez estoy soñando. No, no es un sueño. Me duele el brazo
izquierdo, no puedo mover bien la mano, la tengo entumecida. Alargo un poco la extremidad
y las puntas de mis dedos tropiezan con algo frío. Los retiro asustado. Espero.
No pasa nada. Vuelvo a estirarla y me doy cuenta de que es un tubo
metálico. Es el soporte del frasco de
suero. Deslizo los dedos suavemente por la barra y el contacto con el metal me
resulta agradable. Ignoro si es de noche o de día, la oscuridad es absoluta.
Si, creo que he salido del quirófano y estoy en la habitación, mi hermana debe
estar cerca, pienso… Intento llamarla, pero una enorme afonía me impide
articular palabras. Una mucosidad espesa y algo rígido me obstruye la garganta
dolorida, carraspeo y consigo pronunciar a duras penas la palabra “hola”. No sé
si mi voz se oye más allá de mis labios. Nadie contesta. Estoy atenazado, no
puedo girar la cabeza, respiro con dificultad. Con la mano derecha acaricio las
sábanas y dibujo el contorno de la cama hasta donde llega la longitud de mi
brazo. Me atrevo a sacar la mano y hurgo en el aire por si mi hermana se ha
quedado adormilada en el sillón y no me oye, pero solo trasteo en el vacío. Me
da frío y meto la mano rápidamente y la cobijo. La tengo gélida, la froto
contra la pierna para hacerla entrar en calor.
Siento un dolor profundo y destemplado en la clavícula, creo
dirigir la mano lentamente hacia la boca y no lo consigo. Quiero gritar, pero
solo emito un quejido bronco.
Me hastía el repugnante olor a medicamento, siempre me ha
resultado insufrible, la boca reseca y pastosa me sabe a medicina. Tengo
nauseas. Me empiezan a doler la espalda y la nuca. Tiemblo de frío como si
estuviera desnudo sobre una superficie de mármol y se me mueven los pies
involuntariamente. Percibo el ruido monótono de una gota cayendo y un sonido
maquinal que a veces cambia de ritmo. Debe ser un monitor controlando algunos
de mis signos vitales. Aguzo el oído, pero no escucho nada mas. Me cuesta
conservar la calma. De súbito alguien jala y siento salir algo áspero de mi faringe,
enseguida noto un peso sobre el cuerpo y un leve tiron de la mano izquierda. La
voz de una mujer me dice al oído:
- Tranquilo te hemos puesto una manta e
inyectado un analgésico. Dentro de un rato te trasladamos a la habitación.
Tengo sueño, pero no quiero dormir. Trato de ordenar mis
ideas.
Creo que eran más o menos las seis de la mañana
cuando me llevaron al quirófano. Llevaba todo el día sin probar bocado. Me
administraron anestesia general, lo último que recuerdo fueron: las miradas de
los asistentes médicos y luego una grata sensación de placidez, todo a mi
alrededor se evaporó a un tiempo, una pantalla blanquecina me nubló la visión y
me hundí en la nada.
Siempre había pensado que las arterias bloqueadas
se producían con la edad, que era un síntoma más del envejecimiento. Pero he
podido comprobar que no tiene por que ser necesariamente así. Yo, a mis casi
cuarenta años tenia todas las arterias bloqueadas, el cardiólogo dijo que era
un caso especial ya que no entendía que aún siguiera vivo.
Una vez conocido el diagnóstico se decidió que el único
procedimiento válido era una cirugía a corazón abierto. Los días siguientes a
la decisión de la intervención he seguido un camino tortuoso hasta llegar a la
mesa de operaciones.
El trastorno se presentó hace más de un año cuando
empecé a cansarme al caminar, subir escaleras, las dificultades aumentaron con
los meses, luego era difícil cambiarme la ropa, ponerme los zapatos. Tuve que
abandonar mi trabajo, era un suplicio estar todo el día en movimiento.
Terminaba exhausto.
Durante meses estuve con ese malestar hasta que mi gran
amigo Hernando me llevo al hospital…
A pesar de mis esfuerzos he debido dormirme. Me
despierto cuando siento que alguien mueve la cama. Primero despacio, después
más rápido. Mi mano izquierda sigue entumecida. Me agarro con la derecha al
borde de la cama. Intento decir algo sin resultado. Escucho el traqueteo de las
ruedas sobre el suelo. Todo me da vueltas, siento vértigo. Por fin se detiene, me
ponen la cabeza ligeramente levantada y me palpan la frente. Quiero atrapar la
mano que me toca, pero se escurre. Aguardo un momento y no sucede nada. Pienso
que ya debo estar en la habitación, me armo de valor y busco el timbre para
llamar a la enfermera. No lo encuentro y mis dedos se enredan en unos cables,
me da escalofrío y los suelto de inmediato. Pruebo en vano a dejar la mente en
blanco, pero en mi cerebro se amontonan objetos, números, palabras, letras…grandes,
pequeñas, entrelazadas, que vuelan y se estrellan contra la pared invisible y
desaparecen. En una amalgama deforme me asaltan frases sin final, acordes de
instrumentos desafinados, sonidos chirriantes…Me noto pegajoso y tengo una sed
terrible. En medio de esa barahúnda, sueño con un vaso de agua y las gotas de
lluvia deslizándose por la ventana de mi habitación.
-Buenas días- la voz de mi hermana me
arranca de la pesadilla.
- ¿Cómo te encuentras?
-¡Por fin alguien! – contesto con una lágrima
fácil, con un hilo de voz.
Ella me abraza despacio y llora afligida. Le pregunto:
-¿Donde estabas?
-En la sala de espera, no me he movido de allí
todo el día. He venido en cuanto me han comunicado que te habían pasado a la
habitación. Tranquilo no hables mucho que te llenas de gases.
-Me duele muchísimo, estoy tan cansado, el corazón
parece que me va a explotar…
- ¿Qué hora es?
-Son las ocho de la mañana- me dice acariciando
mis cabellos una y otra vez con mucho cariño. – me han dicho que has pasado la
noche en la sala de cuidados intensivos muy intranquilo, delirando, tuvieron
que administrarte un sedante.
- Estar así casi inmóvil es un tormento, no
te vayas por favor.
- Tranquilo, no voy a ir a ningún sitio. Dicen que
estarás por lo menos dos semanas. Papá llega en el primer vuelo de
mañana.
Mi hermana sigue acariciando mis cabellos y me siento
como un niño en busca de protección. Me envuelve su inconfundible olor a rosas
y me mira con mucha dulzura y me hace olvidar a mi exmujer en tiempos como
estos… Me imagino a mi familia agradeciendo a Dios… porque estoy estrenando
nueva vida. Continuará…
Arturo
Ruiz-Sánchez/PEDAZOS DE TIEMPO
Elizabeth, New Jersey
www.arturoruiz-sanchez.blogspot.com
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