LA NAVIDAD Y LOS REYES MAGOS
En las festividades de fin de
año recordé una anécdota que me trasladó a mi infancia. Disfrutaba ver el
arbolito navideño lleno de regalos. A esa edad ya sabía que mis padres hacían
realidad nuestros sueños, ellos no tenían mucho dinero pero disfrutábamos de
todo lo que nos obsequiaban. Ese año me trajeron una espada de plástico como
los que usaba Robin Hood, los tres mosqueteros, o quizá, El Zorro, florete que
desde luego me gustó, era un agasajo con el que soñé a los ocho años. La
dificultad llegó cuando uno de mis hermanos lo vio, se le metió en la cabeza
que empezó a hipar, luego a sollozar, luego en llanto. Estaba inconsolable, no
dejaba de llorar, no le reanimaba los juguetes que le llegaron, ni que yo le
dijera que jugaríamos juntos, era irrealizable hacerle entrar en juicio.
Al final mi padre me dijo:
-“Mira hijo dale la
espada a tu hermanito, yo iré a ver si encuentro a los tres reyes Magos, y les
preguntaré si les queda una espada”-
Me preguntaba cómo va a
encontrar a los reyes si ellos no existían. Le di la espada a mi hermano y
estuve apenado. Mi padre salió y después de un par de horas regresó. Entró muy
contento con un regalo entre sus manos, mis ojos se dilataron, indudablemente
que me quedé con la boca abierta, turbado.
-
“Hijo después de mucho caminar encontré a los Reyes, a Melchor todavía le
quedaba una espada.” -
¿Cómo era posible? El
día era festivo, las tiendas permanecían cerradas. Como solo era un niño, la
inocencia infantil me devolvió la idea que debería creer en Papá Noel y en los
reyes magos.
Inconscientemente disfrutaba
pensar que aun existían el viejito barbón y los Reyes, esa magia que envuelve
las fiestas de fin de año.
Aquella vez mi padre se
convirtió en un Rey muy especial y desde entonces creo en él por siempre...
Arturo
Ruiz-Sánchez/PEDAZOS DE TIEMPO
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