PARIS, PARIS, POBRE PARIS…
A pesar de ser un día soleado y esplendido, de pronto se volvió gris por el
polvo y el humo que emanó tras los disparos a mansalva del salvajismo
terrorista creando un espectáculo dantesco; era tiempo de morir para periodistas
y artistas plásticos cuyo mayor delito fue creer en la libertad de expresión;
seres idealistas que sintieron el abrazo de la muerte. Algunos con la memoria
ausente huían sin avanzar en una confusión terrible, tal vez queriendo escapar
de las heridas del terror; uno no tuvo tanta suerte por ser policía, yacía en
la vereda herido y recibió el odio fundamentalista convertido en bala cegando
su vida. Luego gritos inolvidables que parecían brotar de las sombras.
Fue la aberración de la naturaleza humana, seres cobardes que sembraron
lamentos y dejaron siluetas desnudas en un semanario reducida a sangre y
tristezas.
Hoy los ojos del mundo contemplan incrédulos los cuerpos inertes, la sangre
inocente derramada, el dolor indescriptible, los gritos lastimeros cuyos ecos
aun resuenan; fue la tarea de cobardes
asesinos…
Arturo Ruiz-Sánchez
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