Es el final de la tarde de febrero, y las horas avanzan inexorables, descubro la cortina de mi ventana y veo la calle: espesura de copos cabizbajos clavados en dolor gélido contra el pavimento. Aquí en mi habitación, ternura contenida en cofres de añoranza y nostalgia.
Esta tarde de invierno no lo hace cualquiera, tampoco lo vive cualquiera; lo gozo con prontitud de calma disloluta y soledad compañera.
Para mi es suficiente los caminos andariegos, compañeros inseparables de
estos tiempos; tardanza y lejanía que importan, si mañana será otro día y
reiré a carcajada limpia del pretérito que me hizo lejano, del pasado
que me hizo significativamente paradójico, más cercano. Más alfa que futuro y no siniestro pordiosero de omegas en descenso.
Conservaré
la alegría gélida de esta tarde nublosa y en el fiel cumplimiento de un
invernal mandamiento, superticioso, mas no ateo, me copiaré en
exactitudes abiertas a los copos canosos que hacen blancas las pieles de
las aceras, transparentes las almas, lágrimas de lejanía, suspiros de
tardanza, ¿Será por eso que habitan en distancias de azulados fondos?
Me
asimilo a ellos y viajo accesible y cariñoso sobre sus lomos
fantásticos, y bebo más y más distancias, no siento su gelidez; sino la tropical presencia
de mi familia en cercanía lejana, y tal vez mañana me volveré lluvia...
Admitámoslo, un invierno de febrero no lo hace, ni lo vive cualquiera.
dulce invierno
ResponderEliminarSer la estación del año que da una sensación de vacio, de desasosiego, de frió; es paradojicamente una de las estaciones mas inspiradoradoras.
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